Capitalismo, ilusión electoral y socialismo desde abajo
¿Qué tipos de relaciones pueden existir entre el pueblo organizado y los Estados? ¿Cuáles pueden ser los verdaderos motores de un profundo y revolucionario cambio social? ¿Existen límites a una revolución impulsada desde arriba? Son preguntas que deben desarrollarse sobre la base de la experiencia militante misma, sobre la constatación factible de que la historia la hacen los pueblos y que debe ser desde abajo y entre todos como se debe construir un nuevo modelo de democracia directa e inclusiva.
Por Franz García (Periodista e investigador libertario)
En la actualidad nos hemos acostumbrado a asociar el poder adquisitivo con la capacidad de alcanzar una vida feliz (producto del enajenamiento sociocultural del modelo imperante). Es decir, se asume que nuestro nivel económico o de estatus social determina la felicidad que podemos llegar a alcanzar en nuestra vida (o, como se suele decir, que el dinero da la felicidad).
Esta artificial forma de concebir la vida (basada en la “lógica” productivista o desarrollista del sistema) representa, probablemente, la mayor herramienta moral que posee el capitalismo en la actualidad. Sin embargo, esta concepción ofrece algunas evidencias que la hacen insostenible.
Desde el punto de vista social el capitalismo es insostenible en tanto promociona una sociedad global de poseedores y desposeídos en la que el sobreconsumo innecesario de unos pocos se produce a costa de las carencias vitales de la mayoría (acarreando subempleo, tercerizaciones, eliminación de derechos laborales básicos, etc.). Y es que una de las características que ha demostrado tener el capitalismo moderno es la imposición de sociedades con crecientes desigualdades sociales (a escala mundial, a nivel nacional, como dentro de un mismo país bajo el aspecto, cada vez más simplificado, de clases).
Por otro lado, el crecimiento indefinido que el capitalismo defiende (como hemos visto) es un sinsentido social y una inviable biofísica. La constante demanda de materiales y energía que conlleva una economía como la que tenemos no puede mantenerse de forma indefinida en el tiempo sin acabar chocando con los límites biofísicos de nuestro planeta. Este hecho, a pesar de ser firmemente ignorado por los economistas neoliberales y por la inmensa mayoría de los políticos, constituye una realidad rotunda. Se podría afirmar, por lo tanto, que el capitalismo es, desde el punto de vista ecológico, biofísico (desde el punto de vista científico al fin y al cabo) un sistema imposible abocado al desastre.
Propuestas de cambio
Frente a este hecho concreto urge construir alternativas de cambio profundos que deben atacar directamente la raíz del problema y no solo centrarse en palear los males con supuestos remedios reformistas que terminan consolidando el mismo modelo económico y fortaleciendo a partidos sostenedores del neoliberalismo.
En tanto, el panorama que se vive actualmente en el Perú en lo que concierne a la izquierda en general pareciera ser la misma de hace décadas. Frente a la ignominia del capitalismo mundial y su versión local, pareciera no haber un análisis concreto de cómo superar dicho sistema. En aspectos generales de forma podemos ver distintos mecanismos de avance o reagrupamiento a partir de agendas puntuales muchas de ellas (por no decir casi todas) enfocadas en proyectos de corto o mediano plazo, de carácter inmediatista, de cara a los comicios municipales de este año y los presidenciales del 2016.
Pero en el aspecto de forma aún se vienen dando los mismos lastres. Pareciera que la miopía o la incapacidad por ver la realidad latente pesa mucho sobre un gran sector de la izquierda peruana. Se tiene en frente a un pueblo sumido en la despolitización más aguda, producto del neoliberalismo trastornando la vida social y cultural (como ya lo indicamos líneas arriba), que además debe afrontar el total descrédito de muchos partidos políticos o líderes que llegaron al gobierno con banderas de cambio, progreso, trabajo y seguridad haciendo exactamente lo contrario.
Frente a los mecanismos de táctica y estrategia desde el campo socialista se tejen muchas posibilidades, aunque podríamos separar las aguas entre el sector que aún persiste en generar cambios paulatinos a través de espacios ya viciados como el parlamentarismo o basándose únicamente en voluntarismos o intereses partidistas sin tomar en cuenta su nula presencia en las bases sociales. Elecciones tras elecciones se sigue insistiendo en un camino entrampado, de conseguir porcentajes de votos muy ridículos cuando bien se podría trabajar en proyectos políticos de largo aliento y avance seguro.
El otro sector sería justamente quienes aún postulan la construcción y fortalecimiento del Poder Popular como mecanismo de auto-organización y articulación entre los distintos actores sociales en lucha, comprendiendo que solo la unidad desde la acción puede generar lazos de movimiento y solución a demandas concretas.
En América Latina vivimos, en las últimas dos décadas, movilizaciones cuya fuerza se hizo sentir con el derrocamiento de varios gobiernos de corte neoliberal, dándole una nueva faz al continente. Un conjunto de gobiernos progresistas con mayores índices de soberanía y vocación integracionista se extendieron sobre la región.
Sin embargo, simultáneamente con la entrada de esta nueva época comenzaron a sentirse los límites y rupturas del nuevo orden Latinoamericano. Se evidenciaron entonces una serie de contradicciones en relación al modelo económico, y diversos sectores se organizaron alrededor de reivindicaciones sociales, ambientales y salariales que, en algunos casos, entraron en conflictos abiertos con los propios gobiernos progresistas (casos de luchas indígenas, medioambientales, antimineras, et., en Argentina, Venezuela, Bolivia, Uruguay, Perú).
Entonces, ¿Qué tipos de relaciones pueden existir entre el pueblo organizado y los Estados? ¿Cuáles pueden ser los verdaderos motores de un profundo y revolucionario cambio social? ¿Existen límites a una revolución impulsada desde arriba? Son preguntas que deben desarrollarse sobre la base de la experiencia militante misma, sobre la constatación factible de que la historia la hacen los pueblos y que debe ser desde abajo y entre todos como se debe construir un nuevo modelo de democracia directa e inclusiva.
Unidad desde la lucha
Retomando el punto inicial de este artículo enfocado a denunciar el rostro actual del capitalismo y su insostenibilidad, además de su relación con el posicionamiento político que debemos hacernos hacernos respecto al mismo, apuntemos que este año nuestro país será sede de la COP 20 (cumbre climática organizada por la ONU, a desarrollarse en Lima entre el 1 y el 12 de diciembre). Su objetivo es lograr acuerdos multilaterales sobre este fenómeno.
Se estima la participación de Jefes de Estado, ministro y demás políticos competentes en el tema de al rededor 190 países. No olvidemos que en las anteriores ediciones de esta cumbre mundial, se han dado acciones de rechazo a estas reuniones destinadas a ver el cambio climático y “buscar soluciones” a los problemas de contaminación, polución, etc. Es risible pensar que desde los países imperialistas o potencias económicas se busque solución a los efectos de sus propias maquinarias industrialistas y contaminantes. Sabemos que es el mercado mundial quien controla las agendas políticas en cada país, por lo tanto nada se puede esperar que estas reuniones políticas. Sino más bien es desde los propios movimientos sociales que deben gestarse las protestas y las propuestas. Por ello, en el Perú se está trabajando en lo que será la Cumbre Alternativa a la COP20 compuesta por gremios sindicales, campesinos, agrarios, culturales, sociales de base.
Es decir, se trata de entender que el capitalismo se encuentra en una fase crítica y no cederá su lugar en la historia tan fácilmente. Entonces, frente a los maniqueísmos o polarizaciones políticas desde arriba, urge oponer la resistencia, la organización y el poder popular desde abajo, fortaleciendo cada proceso de lucha en cada región del país y del mundo, enlazando demandas antirracistas, antisexistas, ecologistas, antihomofóbicas, feministas, etc., dentro de un criterio amplio de proyecto popular y de clase enfocado hacia la liberación de la humanidad en su conjunto. Si aún persiste esa “izquierda” de espaldas a la realidad y ensimismada en sus propios reacomodos políticos, es necesario sobrepasar de esos espacios y abocarse al arduo trabajo de construir el socialismo en las calles, en cada barrio, universidad, taller, fábrica, escuela, casa, etc.
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